Cuando el tiempo está de reboso y se enfila hacia Moya por la costa entra en juego un mixturado de salitre que emana de El Roque y El Pagador y que, a medida que el camino va entrando en medianías, salpica los espectaculares palmerales de Cabo Verde, para dar paso en una suerte de vuelta al mundo a un Tenerife que se abre por babor con tal la claridad que se diría que se ve la ropa colgando en las liñas de Santa Cruz y La Laguna. Si se sube al tiento, se descubre un paisaje que abre el apetito, cuando no el vértigo si el incauto se alonga al mirador de esa iglesia acantilada que la villa dedica a la virgen de La Candelaria.